El 31 de diciembre de 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recibió reportes de presencia de una especie de neumonía, de origen desconocido, en la ciudad de Wuhan, en China.
La noticia llego a occidente mezclada entre las millones de noticias, fake news e imágenes que se cruzan en el mundo por día. Quizás fue la banalización de la información y de la imagen (producida acaso por la globalización y los avances tecnológicos en las comunicaciones), lo que produjo la desidia y el desinterés por lo que aquel comunicado decía.
La cosa es que el 02 de enero de 2020 Wuhan había reportado 45 casos de esa extraña gripe y China decidió “tomarse unos días” para investigar que estaba pasando. Para cuando volvieron a informar, el domingo 19 -diecisiete días después- ya había más de 70 casos y se registraron los dos primeros fuera de China.
El 30 de enero, cuando la OMS declaró la emergencia sanitaria de preocupación internacional atemorizada por los efectos devastadores que esta enfermedad podía causar en países subdesarrollados, ya se habían detectado casos en quince nuevos.
Europa lo tomo con calma y hasta con bastante buen humor hasta que el 25 de enero, en París, un hombre de 80 años comenzó a sentirse mal.
En Italia el virus explotó con dimensiones desconocidas, se expandió como la pólvora por todos los países de Europa y cuando llegó a América, lo hizo con sincronismo y decisión, como si aquello fuera una gira programada de una banda de rock. Desde Alaska y Canadá, hasta el sur de Argentina, el virus se llevó puesto todo lo que encontró en su camino.
El 13 de Marzo Uruguay cerró sus fronteras y ese mismo día Europa fue declarada nuevo epicentro del virus.
El coronavirus es un grupo de virus que causan enfermedades respiratorias que van desde el resfriado común hasta enfermedades más graves como neumonía, síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) y síndrome respiratorio agudo grave (SARS).
Es una enfermedad que si bien goza de baja letalidad en seres humanos, con aproximadamente 1.7 millones de personas fallecidas a nivel global, ha logrado trasladar su poder de destrucción hacia otros parámetros, desconocidos para los que, por ejemplo, tuvimos la suerte de no vivir guerras: La absoluta paralización económica y social del mundo, con la gravedad que esto conlleva para todas las personas que habitamos en él.
Otro será el momento de analizar los efectos seguramente beneficiosos a nivel ambiental para el planeta.
Es momento ahora de percibir que la guerra contra el Coronavirus no está ni cerca de ser ganada.